domingo, 26 de mayo de 2024

El mundo subterráneo. Texto libre ganador 24-5-24

 


Un día estaba yo en mi casa moviendo una mesa de sitio cuando sin querer choqué la pesa contra una pared y la pared se cayó. Pero en vez de estar la calle había una escalera de caracol que bajaba. Bajé la escalera. Debajo del todo había una habitación con unas grandes cajas. Las abrí y había libros. Saqué los libros y cómo no, me metí dentro de una caja y la cerré. Después la caja se sacudió un poco y al salir de nuevo en vez de estar en esa especie de sótano de mi casa estaba en una cueva rara en la que había un homo sapiens llamado Manolín, que estaba tocando el trombón y el tambor a la vez. Dejó de tocar un momento y me dijo que tenía que seguir adelante por la cueva. Le hice caso y como unos cien metros más adelante me encontré un puente con una cosa encima que parecía una maceta, pero en vez de tener tierra tenía carbón, y en vez de una planta tenía un plano de toda esa cueva, que según el plano seguía hacia adelante un buen trecho. Y después había un cruce en el que salía a varios lugares, aún bajo tierra: el terrario de las gomas extraterrestres, el circo de las sillas malabaristas, la electricidad bicicletista y el campo de las semillas escaladoras. Decidí ir al campo de las semillas escaladoras. Tras unos veinte minutos de andar hacia delante en la cueva llegué al cruce. La cueva grande se cortaba en seco y daba lugar a cuatro túneles algo más pequeños. Cada uno con un letrero encima donde ponía hacia dónde iba. En cuanto me disponía a entrar en el túnel de las semillas escaladoras apareció un hombre semitransparente que me preguntó dónde vivía. Al decírselo me dejó pasar, no sé por qué. Anduve un rato por el túnel hasta que llegué a otra amplia sala donde del suelo salían semillas de aproximadamente un metro de alto con brazos y piernas. Más allá había una pared de rocas por la que escalar. Como las semillas no parecían poder hablar decidí escalar el muro para ver qué había arriba. Tras un rato de escalar y casi caerme un par de veces conseguí llegar arriba del todo. Un poco más adelante se salía a otra cueva más grande, a la que también llegaban los otros lugares. Allí me encontré con una persona grande con un gran bigote que se hacía llamar Presirracho del Parlamonte. Él me dijo que eso era una cueva subterránea a la que sólo podían acceder las personas elegidas. También me dijo que a partir de entonces tendría que vivir allí. Me llevó hasta una réplica exacta de mi casa, donde estaban mis padres, que una vez fueron a comprar leche y nunca volvieron. Y desde ese día fuimos felices y comimos perdices, pero dentro de una cueva.